martes, 25 de enero de 2011

Buceando en el naufragio

Tras haber leído el libro de mitos,

y cargado la cámara

y probado el filo del cuchillo,

me pongo la coraza de hule negro

las aletas absurdas

la careta torpe y solemne.

Tengo que hacer todo esto

no como Cousteau

con su tripulación diligente

a bordo de una asoleada goleta

sino aquí a solas.



Hay una escalera.

La escalera permanece

colgada inocentemente

al lado de la goleta.

Nosotros que la hemos usado

sabemos para qué sirve.

Sería si no

sólo una cosa marítima,

un utensilio cualquiera.



Desciendo.

Escalón tras escalón y todavía

el oxígeno me sumerge

la luz azul

de átomos claros

de nuestro aire humano.

Desciendo.

Las aletas me estorban,

como un insecto me arrastro por la escalera

y no hay nadie

para decirme cuándo

el océano empezará.



Primero el aire es azul y luego

más azul y luego verde y luego

pierde color y estoy perdiendo conciencia y

sin embargo

mi careta es poderosa

llena la sangre con potencia

el mar es otra historia

el mar no es cuestión de potencia

tengo que aprender sola

a torcer mi cuerpo sin esfuerzo

en el elemento profundo.



Y ahora: es fácil olvidar

a qué vine

entre tantos que aquí

han vivido siempre

ondeando entre escollos

sus dentados abanicos

y además

aquí abajo respiras de otro modo.



Vine a explorar el naufragio.

Las palabras son propósitos

las palabras son mapas.

Vine a ver el daño hecho

y los tesoros que sobreviven

Acaricio el resplandor de mi lámpara

lentamente por el flanco

de algo más permanente

que peces o algas.



Lo que vine a buscar:

el naufragio y no la historia del naufragio

la cosa misma y no el mito

la cara ahogada de mirada fija

hacia el sol

la evidencia del daño

gastada por sales y vaivenes

hasta llegar a esta belleza raída

las costillas del desastre

curvando su declaración

entre fantasmas tentativos.



Este es el lugar.

Y aquí estoy, las sirenas cuyo pelo negro

fluye negro, el hombre sirena en su cuerpo blindado

Rodeamos el naufragio

buceamos en la bodega

silenciosos.

Soy ella: Soy él



cuya cara ahogada duerme con ojos abiertos

cuyos pechos aguantan todavía la tensión

cuya carga de plata, cobre, bronce yace

oscuramente en toneles

medio abandonado y pudriéndose

somos los instrumentos medio destruidos

que una vez siguieron un rumbo

la bitácora comida por el agua

la brújula equivocada



Somos, soy, eres

por cobardía o valor

quien halla nuestro camino

de regreso a esta escena

llevando un cuchillo, una cámara

un libro de mitos



en el que no aparecen nuestros nombres.

Adrienne Rich

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