lunes, 27 de febrero de 2012

La cruz fija

como si nunca antes
la lluvia se desboca y  con furia se desploma
en ancas de los vientos
porque es su azote último
empaña los cristales a través de los cuales
precipitó la pena y ahora, nada
en el océano gris de una calle en penumbras
de pronto, frágil, como el papel y lo que escribe
frágil, como el instante de mirarse
a solas para siempre, entre los otros
con el acierto repentino de un gesto cómplice
y el corazón abierto en la desmesura de una esperanza
loco de lluvia,  corre
atraviesa los muros, donde los hilos de la hiedra
tejen y abrazan
galopa húmedo sobre los techos, en las ventanas
frotan sus alas las aves silenciosas
desorientados peces,  imitan sones de sirenas
devorándose entre ellos
como llamando para siempre a sumergirse
en el medio del mar,
en la noche sin luna
donde Ulises, atado a su propósito,
sin hallar ese punto
que condensara al fin, todo horizonte
desvelado, ansioso, inmóvil en el mástil
y ciego y sordo, enlazado a su destino,
lo desea y  lo sueña.