A la luz poderosa
del neón azulado del cartel de la calle
tu cara se transforma,
pez o águila, araña transparente,
pantera maliciosa
te sobran argumentos
para volver ceniza cada instante pasado,
incendiando los años vas desde enero a diciembre
de pie, como un guerrero
sin piedad,
un general adusto
al frente de una hilera de vencidos soldados.
Vas y vienen
las fotos que atesoro y aquellas que persiguen
las horas de la noche
altísimas y crueles,
como una serie negra de dolor sin reposo,
una cinta de hambres.
Veo un tipo tendido que duerme en la vereda
impasible de alcohol, respirando su muerte
con impaciencia lenta.
una chica desnuda que se ofrece
asomada al gran auto donde apoya sus tetas
y unas manos oscuras, desde adentro
que negocian caricias, regateando.
Estamos en la feria
este es mudo horror que proclaman estatuas
de apariencia real, es el parque siniestro
que cercarán más tarde, es el templo y sus ruinas:
nadie aquí se ha besado ni ha hallado las palabras
que conducen al próspero otro mundo,
no se oye la voz que dirige las almas
hacia el jardín del cielo. Las noches no se estrellan en este tiempo último.
Esperamos el rayo
el destello cargado del poder del castigo,
el uno junto al otro
violentando
la sacra soledad de las últimas cosas
que podrían salvarnos.
No hay condición más frágil que este sutil respiro
ni sendero que lleve de vuelta a la inocencia.
miércoles, 26 de enero de 2011
martes, 25 de enero de 2011
Buceando en el naufragio
Tras haber leído el libro de mitos,
y cargado la cámara
y probado el filo del cuchillo,
me pongo la coraza de hule negro
las aletas absurdas
la careta torpe y solemne.
Tengo que hacer todo esto
no como Cousteau
con su tripulación diligente
a bordo de una asoleada goleta
sino aquí a solas.
Hay una escalera.
La escalera permanece
colgada inocentemente
al lado de la goleta.
Nosotros que la hemos usado
sabemos para qué sirve.
Sería si no
sólo una cosa marítima,
un utensilio cualquiera.
Desciendo.
Escalón tras escalón y todavía
el oxígeno me sumerge
la luz azul
de átomos claros
de nuestro aire humano.
Desciendo.
Las aletas me estorban,
como un insecto me arrastro por la escalera
y no hay nadie
para decirme cuándo
el océano empezará.
Primero el aire es azul y luego
más azul y luego verde y luego
pierde color y estoy perdiendo conciencia y
sin embargo
mi careta es poderosa
llena la sangre con potencia
el mar es otra historia
el mar no es cuestión de potencia
tengo que aprender sola
a torcer mi cuerpo sin esfuerzo
en el elemento profundo.
Y ahora: es fácil olvidar
a qué vine
entre tantos que aquí
han vivido siempre
ondeando entre escollos
sus dentados abanicos
y además
aquí abajo respiras de otro modo.
Vine a explorar el naufragio.
Las palabras son propósitos
las palabras son mapas.
Vine a ver el daño hecho
y los tesoros que sobreviven
Acaricio el resplandor de mi lámpara
lentamente por el flanco
de algo más permanente
que peces o algas.
Lo que vine a buscar:
el naufragio y no la historia del naufragio
la cosa misma y no el mito
la cara ahogada de mirada fija
hacia el sol
la evidencia del daño
gastada por sales y vaivenes
hasta llegar a esta belleza raída
las costillas del desastre
curvando su declaración
entre fantasmas tentativos.
Este es el lugar.
Y aquí estoy, las sirenas cuyo pelo negro
fluye negro, el hombre sirena en su cuerpo blindado
Rodeamos el naufragio
buceamos en la bodega
silenciosos.
Soy ella: Soy él
cuya cara ahogada duerme con ojos abiertos
cuyos pechos aguantan todavía la tensión
cuya carga de plata, cobre, bronce yace
oscuramente en toneles
medio abandonado y pudriéndose
somos los instrumentos medio destruidos
que una vez siguieron un rumbo
la bitácora comida por el agua
la brújula equivocada
Somos, soy, eres
por cobardía o valor
quien halla nuestro camino
de regreso a esta escena
llevando un cuchillo, una cámara
un libro de mitos
en el que no aparecen nuestros nombres.
Adrienne Rich
y cargado la cámara
y probado el filo del cuchillo,
me pongo la coraza de hule negro
las aletas absurdas
la careta torpe y solemne.
Tengo que hacer todo esto
no como Cousteau
con su tripulación diligente
a bordo de una asoleada goleta
sino aquí a solas.
Hay una escalera.
La escalera permanece
colgada inocentemente
al lado de la goleta.
Nosotros que la hemos usado
sabemos para qué sirve.
Sería si no
sólo una cosa marítima,
un utensilio cualquiera.
Desciendo.
Escalón tras escalón y todavía
el oxígeno me sumerge
la luz azul
de átomos claros
de nuestro aire humano.
Desciendo.
Las aletas me estorban,
como un insecto me arrastro por la escalera
y no hay nadie
para decirme cuándo
el océano empezará.
Primero el aire es azul y luego
más azul y luego verde y luego
pierde color y estoy perdiendo conciencia y
sin embargo
mi careta es poderosa
llena la sangre con potencia
el mar es otra historia
el mar no es cuestión de potencia
tengo que aprender sola
a torcer mi cuerpo sin esfuerzo
en el elemento profundo.
Y ahora: es fácil olvidar
a qué vine
entre tantos que aquí
han vivido siempre
ondeando entre escollos
sus dentados abanicos
y además
aquí abajo respiras de otro modo.
Vine a explorar el naufragio.
Las palabras son propósitos
las palabras son mapas.
Vine a ver el daño hecho
y los tesoros que sobreviven
Acaricio el resplandor de mi lámpara
lentamente por el flanco
de algo más permanente
que peces o algas.
Lo que vine a buscar:
el naufragio y no la historia del naufragio
la cosa misma y no el mito
la cara ahogada de mirada fija
hacia el sol
la evidencia del daño
gastada por sales y vaivenes
hasta llegar a esta belleza raída
las costillas del desastre
curvando su declaración
entre fantasmas tentativos.
Este es el lugar.
Y aquí estoy, las sirenas cuyo pelo negro
fluye negro, el hombre sirena en su cuerpo blindado
Rodeamos el naufragio
buceamos en la bodega
silenciosos.
Soy ella: Soy él
cuya cara ahogada duerme con ojos abiertos
cuyos pechos aguantan todavía la tensión
cuya carga de plata, cobre, bronce yace
oscuramente en toneles
medio abandonado y pudriéndose
somos los instrumentos medio destruidos
que una vez siguieron un rumbo
la bitácora comida por el agua
la brújula equivocada
Somos, soy, eres
por cobardía o valor
quien halla nuestro camino
de regreso a esta escena
llevando un cuchillo, una cámara
un libro de mitos
en el que no aparecen nuestros nombres.
Adrienne Rich
jueves, 20 de enero de 2011
1316
Por orden del azar,
amo tan invisible como el dios que se escapa
-nada me cuesta, nada se escurre de mí más que la fe-
me encuentro, en esta tarde
en esta esquina.
También el tiempo ahora me parece
igual a esta ciudad
vertiginosa y sucia
y lo ausente se encarna
por esa propensión a hacerse densa
que demuestra la sombra.
Estuvieron aquí, aún
hay restos en la borra de los pequeños posos
ecos en estos bares
de su risa o la lenta confesión de osadía
que admite que eludir, no es triunfar
si sobre un cuello,
sedienta del oscuro manantial de la sangre
siempre pende una espada, por todos conocida.
Entre dos reinos se dividen mis pasos
-vacilo, como siempre-
me acompañan los muertos que antes me habitaron
coloridos y sólidos, tan amables y amados,
sólo ha cambiado el modo en que me abrazan:
ëste, acaso será
el prólogo imperfecto, el papel arrojado
el ensayo, aún desapacible
del instante de síntesis.
Algunos se ahogaron en la inversión del soplo que los trajo a la vida
otros tuvieron
-el amigo lo dice- palabras para todos,
usaron los momentos larguísimos del fin
para nombrar de nuevo, antes de irse.
Mi nombre estuvo allí
floté, como una idea indefinida
en sus últimas luces.
Mientras miro la tarde de verano
declinar, desde el revés del vidrio,
me pregunto qué nombres
aguardan en mi boca para brotar un día,
qué trazos invisibles se pliegan en mis palmas
para asomar ante los ojos abiertos de los otros
cuando cierre los míos.
amo tan invisible como el dios que se escapa
-nada me cuesta, nada se escurre de mí más que la fe-
me encuentro, en esta tarde
en esta esquina.
También el tiempo ahora me parece
igual a esta ciudad
vertiginosa y sucia
y lo ausente se encarna
por esa propensión a hacerse densa
que demuestra la sombra.
Estuvieron aquí, aún
hay restos en la borra de los pequeños posos
ecos en estos bares
de su risa o la lenta confesión de osadía
que admite que eludir, no es triunfar
si sobre un cuello,
sedienta del oscuro manantial de la sangre
siempre pende una espada, por todos conocida.
Entre dos reinos se dividen mis pasos
-vacilo, como siempre-
me acompañan los muertos que antes me habitaron
coloridos y sólidos, tan amables y amados,
sólo ha cambiado el modo en que me abrazan:
ëste, acaso será
el prólogo imperfecto, el papel arrojado
el ensayo, aún desapacible
del instante de síntesis.
Algunos se ahogaron en la inversión del soplo que los trajo a la vida
otros tuvieron
-el amigo lo dice- palabras para todos,
usaron los momentos larguísimos del fin
para nombrar de nuevo, antes de irse.
Mi nombre estuvo allí
floté, como una idea indefinida
en sus últimas luces.
Mientras miro la tarde de verano
declinar, desde el revés del vidrio,
me pregunto qué nombres
aguardan en mi boca para brotar un día,
qué trazos invisibles se pliegan en mis palmas
para asomar ante los ojos abiertos de los otros
cuando cierre los míos.
miércoles, 5 de enero de 2011
lunes, 3 de enero de 2011
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