martes, 5 de enero de 2010

Acantos funerarios


El jardin se ensombrece,
las rojizas caléndulas se inclinan
hacia la húmeda tierra.
Todo lo que intentamos
fue vencer los edictos
apoyando las plantas, de lleno, sobre el césped
pero nada se yergue contra lo oscuro, ahora
nadie
se imagina siquiera
en un lugar tranquilo,
donde la noche sea
consecuencia del día.
Ovillado en tus brazos, aquel amor antiguo
como antigua será, al fin, toda inocencia,
vaga,
gime desde su lenta pereza de asesino.
Los crímenes del tiempo desgarran las pupilas,
han herido mi boca, condenando tu aliento
a entrecortarse, seco
como un vapor infame de lo que fue dulzura.
Oscurece pensarse
-las ventanas cerradas a toda extraña luz-
dormirse entre las hojas
que ennoblecen la tumba de la hija de Calímaco
o el bordado vestido de Helena ( la más bella)
si el más lucido acanto no regresa la vida,
las túnicas no cubren amargas impudicias.
La tela que has tejido, con palabras ajenas
no ampara la vileza de tu cuerpo sin sombra
(araña de dos mundos)
en mi pecho tallaste una frase terrible:
mentiras y verdades; pura melancolia.

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