domingo, 10 de mayo de 2009

Boga


Vadea el caudaloso rio de certidumbres
este bote impensado de propósito exacto
-si no guarda no detiene no defiende-
sólo traga y contempla, como un cínico viejo
que morirá apartado, en un plazo muy breve
como es breve el invierno cuando roza la isla.
Has visto el cuajo suave de la carne que nace
y la noche agitada del baile bajo el cielo
sabes de los trabajos como sabes del día
esa adición que resta, así los hombres se hunden
para soñar el largo tamaño de sus sombras
mientras el sol escapa entre matas oscuras.
Rozan tus dedos pálidos la tensa superficie
de lo que sin esfuerzo pudiste haber amado
una estampa de tonos diluidos: cabellos,
dulces lenguas, piel bronceada,
el paisaje encantado de un cuerpo a contraluz,
vibrante en la ventana. El compás del deseo,
amanece y subvierte todo aquello que toca.
Como las varas secas que encenderán el fuego
apartas los fantasmas, lo verde no se entrega
no cede a la estrategia de una música
que haría mansas las fieras
será amargo y estéril el intento de alzarte
tercamente a un mandato que se talló en los árboles
el mismísimo día que surgieron las nubes.
Cruje el alma debajo de la antigua madera
y el bote se desliza por aguas infinitas
-de eficaz mansedumbre y sorpresivas ráfagas
cuando así lo decida la tormenta-
naufragas hacia el sur, te agitas y sonríes,
te desvelas y lloras
apretando los dientes y los remos.
Ahora, la flecha nebulosa del destino te empuja
con sus algas del fondo, su barro conocido
y esos peces crecidos, otra vez, río abajo.

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