sábado, 16 de julio de 2011

Intermezzo

Acá es de noche -dice-
y hace frío,
qué extraño me parece que no puedas
dormir por el calor.
Sí, allá es verano, claro,
-suspira en el  helado auricular-
zumba una mosca cerca y no la oye
-es tan ancho y profundo el mar cuando separa,
más denso que la tierra-
un cuerpo de otro cuerpo
y cada uno
(de ellos, de nosotros)
distante de ese hilo
que lo anuda al espíritu,
volátiles cenizas
solamente
y dispersión del viento.
Lo veo: un  árbol seco
inútil, que se yergue en la llanura
sin sombra para nada,  para nadie.
Esta conversación ya la tuvimos,
recuerdo los silencios, los escucho
allí donde la voz se desmorona
como un cristal delgado que apedrearon los duros
señores del invierno.
Sobre todo, me guardo
las pausas donde callan
el deseo y la absurda pretensión de decirnos,
porque es en esas pausas donde sucede todo.
El mapa se despliega:
los trazos del destino,
son una fina línea que recorre las palmas
sinuosa, imperceptible
como el surco que abrimos
más tarde o más  temprano
en la árida pregunta que propone una vida.

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