martes, 22 de septiembre de 2009

Pasajes


Camina con
la lentitud y la atención
de un peregrino
va
como quien sobrevuela
-inmerso en los vaivenes de los vientos-
el suelo accidentado,
la forma inesperada
que adquieren en la tierra los obstáculos,
anda
montado en
la vaporosa nube donde sueña el espíritu,
-su adormilado éxtasis
es llama,
fuego y aceite en las ventanas
lejanas y omniscientes de los faros-
sobre la mar, camina
abriendo en dos las aguas que lo ahogaron
años atrás,
en esa vida que ya es otra y es la misma:
un pequeñisimo cristal, una miríada de astillas
escandidas e idénticas
que dan forma a las formas y recrean
lo nuevo, que es un velo,
una máscara secreta del olvido,
llega
al país desde el cual inició el viaje,
ronda
la idea, la emoción, el desatino de una fe
golpeando -como el trabajo de un pacífico volcán-
lo que haya osado pararse sobre el mundo
sobre el enclenque barro de sus pies, el barro ciego,
esa materia del ser antes del soplo,
el vago éter inasible,
de lo que espera
quieto en la densa tiniebla del instante
que precede al nacer.

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