miércoles, 16 de julio de 2008

Interiores


En cada pliegue de tus días
creciendo a solas
esa violencia oscura
de ceguera,
en las ardientes
mejillas rojas de la ira. Y
esa adherencia
gelatinosa y vacua
que se desgrana
de a poco,
en horas grises
-ya no ignoramos que parasita
con su malicia
cada imagen futura, imaginada-.
Bebiéndose
sorbos espesos de tu sangre
logran secarte,
cuerpo vacío
paño estrujado al que extienden sobre el mármol
en la planicie de una luz
que no desborda
más allá de los límites.
Legan el hueco
conseguido con uñas y desgarros
al estelar vacío
que no sabrá tu nombre.
Aquí te lloro
desde la noche reseca de este mundo
sin mayor esperanza,
desde el oculto gajo de la sombra
aquí te escribo
con estas trazas fínisimas de olvido
¿Sabes?
habito el árbol de tus sonidos. Escucho el aire
silbando en las pequeñas
rendijas de tus dientes
y está cercana esa pulpa granate de tu lengua.
Adentro está el Temblor
y la verdad deshecha
exhala ese perfume de cosas que se apagan
de una vez para siempre.

2 comentarios:

Ruth dijo...

Patapúfete, me dio Temblor a mí!

inx dijo...

Pero si ésta es clase B... A lo sumo, te atragantás con el pochoclo.