domingo, 13 de julio de 2008

Camino a casa en mayo, invierno de 1949


Dejando atrás la extraña, ajena ciudad de Dublín
Mi padre condujo a través de la noche un viejo Ford Anglia,
Sentado junto a él, su hijo de cinco años,
El asiento de cuero artificial rojo,
Y una luna amarilla asomando por el parabrisas.
"Papá, papá", le dije, "rebasa a la luna",
Pero por más que aceleraba, no la podía rebasar.
Cada pueblo que pasábamos era otra piedra de toque,
Y sus nombres, contraseñas mágicas para la eternidad:
Kilcock, Kinnegad, Strokestown, Elphin,
Tarmonbarry, Tulsk, Ballaghaderreen, Ballavarry;
Estábamos en el condado de Mayo y la siguiente parada era Turlough,
La villa de Turlough en el corazón de Mayo,
Y la casa de la madre de mi padre, toda mujeres y lámparas de aceite
Y mi recámara arriba del bar abierto,
Y en la mañana, el graznido de los cuervos y los mugidos del ganado:
Los vestidos aparentemente sin costuras de la vida, primorosamente
Desgarrados por sus gritos y bramidos. Y al atardecer
Las caminatas con mi padre entre la hierba crecida junto al río
Platicando… cosa inimaginable en la ciudad.

Pero ese hogar no era el hogar y la luna no podía ser rebasada
Por la pesadilla en plena luz del día de Dublín:
Bajamos traqueteando por el canal de vuelta a la ciudad
Y cada reja cerrada doblaba sus campanas por nosotros;
Y verjas y bardas y semáforos y asfalto,
Y calles y calles de los llamados "nuevos" asentamientos:
Miles de cruces de soledad plantadas
En la tumba cada vez más estrecha de la vida de un padre;
En el vasto, vasto cementerio de la infancia de un niño.

Paul Durcan

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