Apoyas una copa en estos blandos muros
y adhieres el oído, afinadísimo
al vértice, e intentas
descifrar las palabras que ahora digo
sobre esta inmensidad desconocida
( la vastedad del otro te enajena)
te enquistas, te revuelves
en unas espirales infinitas
que te alejan de todos:
así es que pudo
una brisa tan leve
arrancarte de mí.
Te empeñas, pero no,
ya no se oye
ese rumor de amantes en la noche
entre el muerto plumaje que esconden las almohadas,
su mellada blancura calla y dice:
el río de la sangre corrió bajo esta nieve.
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