Harriet Andersson (fotograma de Un verano con Monika, de I. Bergman)
Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa en el
silencio de las últimas ramas.
Esto era el destino:
llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua.
martes, 30 de marzo de 2010
viernes, 26 de marzo de 2010
Fin y principio
Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.
Wislawa Szymborska
De "Fin y principio" 1993
Versión de Abel A. Murcia
martes, 23 de marzo de 2010
Fotogenética
Lucila y su bisabuela, Matilde Rivera. De algo nos sirven las fotos, de algo nos han servido las repeticiones mecánicas y las genéticas. Reproductibilidad y reproducción, algo así.
domingo, 14 de marzo de 2010
Fatuo Fausto
Como atraviesa el cielo
bajo el aire de enero del patio familiar
una baba del diablo,
así describe el poeta
el vagar de las almas
delante de los puentes
que dan al Paraíso.
Es que el mundo se quiebra tan fácil,
así como es posible
arruinar un trabajo delicado
si ocurre que respiras
demasiado cercano
sobre láminas de oro
tan frágiles y finas.
bajo el aire de enero del patio familiar
una baba del diablo,
así describe el poeta
el vagar de las almas
delante de los puentes
que dan al Paraíso.
Es que el mundo se quiebra tan fácil,
así como es posible
arruinar un trabajo delicado
si ocurre que respiras
demasiado cercano
sobre láminas de oro
tan frágiles y finas.
Finale presto
Nos persigue el silencio,
(está en la cifra oculta de la sangre)
nos arropa y escupe
sobre la fresca lápida del día.
Hubo un tiempo, unos años robados,
(a pesar de las trazas
de todas las futuras intemperies)
donde el aire tramaba sus extraños enlaces
y respiramos juntos
como un afinadísimo cuarteto
de música de cámara,
en una habitación desmesurada.
Allí dividiríamos riquezas:
-una bolsa dorada de lujo microscópico-
astillas de cristales desechados por otros,
fragmentos sin destino, de un gigantesco espejo
en la vereda gris, bajo la lluvia.
Hubo el roce,
-la ternura sostiene con manos tan delgadas-
y el golpe, y lo que ocurre
cuando los hombres miran, entre sí, desconfiados
y el amigo se cubre
de costras o colmillos que desgarran la carne
y en el hueco del miedo, se hartan y se hacinan
los innúmeros vicios que designan los nombres.
Hoy que sopla el más frío
volvemos a reunirnos a compartir pobrezas,
me mirás con la pena de lo que amé algún día,
Lo pienso y me lo callo:
se me ocurre que somos
millones de cristales de reflejos inútiles
sobre cemento gris.
Soberbios, no previmos
la piedad luminosa de las últimas lluvias.
(está en la cifra oculta de la sangre)
nos arropa y escupe
sobre la fresca lápida del día.
Hubo un tiempo, unos años robados,
(a pesar de las trazas
de todas las futuras intemperies)
donde el aire tramaba sus extraños enlaces
y respiramos juntos
como un afinadísimo cuarteto
de música de cámara,
en una habitación desmesurada.
Allí dividiríamos riquezas:
-una bolsa dorada de lujo microscópico-
astillas de cristales desechados por otros,
fragmentos sin destino, de un gigantesco espejo
en la vereda gris, bajo la lluvia.
Hubo el roce,
-la ternura sostiene con manos tan delgadas-
y el golpe, y lo que ocurre
cuando los hombres miran, entre sí, desconfiados
y el amigo se cubre
de costras o colmillos que desgarran la carne
y en el hueco del miedo, se hartan y se hacinan
los innúmeros vicios que designan los nombres.
Hoy que sopla el más frío
volvemos a reunirnos a compartir pobrezas,
me mirás con la pena de lo que amé algún día,
Lo pienso y me lo callo:
se me ocurre que somos
millones de cristales de reflejos inútiles
sobre cemento gris.
Soberbios, no previmos
la piedad luminosa de las últimas lluvias.
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