miércoles, 7 de enero de 2015

Brevis

aquella que llevaste de la mano
por las calles sin luz
debajo del torrente de la lluvia
y esperaste otra vez y te esperó en un bar
inútilmente
su cuello perfumado
su voz
la que reptaba entre palabras como excusas
como ovillo de lana en las zarpas de un gato
la que se te ofreció y se te negó
como la tierra
la estéril
la fecunda
la ebria que se dejó caer
la lúcida que no alcanzaste a soportar ni sostener
la más claramente tuya
la ajena, la de todos
la que hundiste en el fuego del desdén
-de tus muchas pasiones, la profunda-
la pequeña huérfana que dejaron
sin cesta y sin abrigo
en un umbral de vos, desconocido
la infinita
que podías rodear en un abrazo
cuando su llama amable descorría la sombra
 y tu sombra cedía
leve cortina de gasa
que velaba las formas de tu alma
cuando estabas desnudo de verdad
aquella a la que ibas
y te abría sus puertas
y la que calló después, detrás
del último cerrojo
la ingrata cuyo nombre tuviste entre tus labios
en la hora de la muerte
y no estaba allí  y ya  no oía
porque tu voz  sonaba como un río
que fluye permanente:
es en silencio que el agua
se aparta hacia otro curso
y nosotros nos vamos de la vida