Nos persigue el silencio,
(está en la cifra oculta de la sangre)
nos arropa y escupe
sobre la fresca lápida del día.
Hubo un tiempo, unos años robados,
(a pesar de las trazas
de todas las futuras intemperies)
donde el aire tramaba sus extraños enlaces
y respiramos juntos
como un afinadísimo cuarteto
de música de cámara,
en una habitación desmesurada.
Allí dividiríamos riquezas:
-una bolsa dorada de lujo microscópico-
astillas de cristales desechados por otros,
fragmentos sin destino, de un gigantesco espejo
en la vereda gris, bajo la lluvia.
Hubo el roce,
-la ternura sostiene con manos tan delgadas-
y el golpe, y lo que ocurre
cuando los hombres miran, entre sí, desconfiados
y el amigo se cubre
de costras o colmillos que desgarran la carne
y en el hueco del miedo, se hartan y se hacinan
los innúmeros vicios que designan los nombres.
Hoy que sopla el más frío
volvemos a reunirnos a compartir pobrezas,
me mirás con la pena de lo que amé algún día,
Lo pienso y me lo callo:
se me ocurre que somos
millones de cristales de reflejos inútiles
sobre cemento gris.
Soberbios, no previmos
la piedad luminosa de las últimas lluvias.
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