Habrás visto ese brillo
de las gotas de lluvia en las hojas
del roble. Más hondo que el destello,
si las acaricias,
será el halo de su perfume,
como un círculo que estrecha
-hasta reunirlas-
tus cosas últimas.
El bosque ampara
con la luz que se filtra en hilos claros,
sus senderos crujientes, sus nidos en altura.
Bajo su bóveda de copas florecidas,
tanto oscuro verdor
se parece a la vida, cuando cesa
y apenas es sonido,
aromas, sombra, memoria innecesaria
de lo que ha ardido afuera.
Quien nos cierre los ojos
no sabrá que es ahora
el momento preciso para abrirlos.
Mueves los labios pálidos y fríos:
"...y guárdanos, Señor, de los deseos
en la espesa ceniza que tus cielos auguran".
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