No se ven las razones
-algo turbio las vela-
no aparece el motivo
sobre la superficie,
no flota sobre el agua
el pañuelo perdido
ni la pared recita
una palabra negra
de furtiva escritura
insiste, sin embargo,
esa frase robada
en el poema de otros:
no te veré morir (qué marmórea certeza)
y entonces, esa rara cadena se interrumpe
en el paisaje estrecho del sentido
que contemplan tus ojos y mis ojos
-no hay, dijiste que no habría,
lugar donde esconderse si está echada la suerte-
y al fin, estás ahora de espaldas, nuevamente
caminando a lo lejos
y muda te contemplo y vuelvo el cuerpo entero
hacia el plano del mundo donde nadie
conocía el secreto
que incluía tu nombre y otras cosas
todo eso imposible de explicarse
más allá de lo obvio que cualquiera sugiere
cuando tapa lo oscuro con lo oscuro
y disuelve enseguida la pregunta
que jamás se formula y que no puede
contestar sin un ápice de honesto desconcierto
porque todo se ha dicho
hace tiempo y a tiempo
y no hay modo de abrirse a un hecho sorprendente
sin rasgar el papel, o desatar la cinta
dando gracias al cielo, si al fin, está estrellado
o tiritan, azules, los astros, a lo lejos.
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