martes, 3 de agosto de 2010

Alguna memoria I

Bella que me anuncias una extraordinaria complicación. Tantos


crímenes olvidados reaparecen por ti.



Llega el tiempo de la proeza infatigable frente a tus ojos sin sueño

que ningún diamante puede cerrar.



Ella se expone a las angustias del siglo, usinas de la realidad. Más

explícita se quiere, menos se la conoce. El sueño de los asesinos y

de los poetas es que llegue a tener un rostro.



Para llegar aquí, ella debe atravesar una región de fotógrafos

exacerbados por su asombrosa presencia.



A pesar de su aplicación, estos espectadores sólo se quedarán

con las pruebas delebles de su distancia de la verdad. Es que para

retenerla hubiera sido preciso transformarse en ella, ser ella, y no su

descripción más o menos feliz. Yo me lo repito siempre después de

mis tentativas inútiles.



Ella mantiene la frescura, la diligencia feliz de la vida, por cuya justificación

nos dejamos tentar, hierros de tristeza y de habilidad vergonzosa. Invita

a los hombres, a quienes sabe posibles no por el memorial de sus servicios

sino por la suma de su condición, a un juego de alta conciencia y de

contumancia en el extremos de los enigmas. Ha conseguido así formar una

tribu dispersa por el mundo, cuyos miembros se ignoran mutuamente y sin

embargo reparan en común los hilos rotos de una gran red de belleza.



La jurisprudencia acumulada por las heridas, la imagen del mundo

construida con la memoria de una continua decepción, la torpeza de la

saciedad en el epílogo, todas las apariencias de la consumación se

borran y se anulan en el esplendor de ese deseo que arrastra consigo,

el asombro, el origen y la felicidad del universo y que ella, continuamente,

se complace en inspirar.

RAUL GUSTAVO AGUIRRE

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