“ …( Alejandro) reiteró las ásperas sendas del desierto,
ensimismado tras el absorto guía y ante sus calladas tropas.
Llegaron a un nuevo poblado, y alegróse de escuchar nuevas voces humanas.
Era un ameno lugar, tierra de deleite.
La ciudad se expandía como el sonreír de sus amplios jardines,
y la gente estaba en fiestas por el recién llegado de improviso.
La gente, sobre alfombras bordadas con piedras preciosas, le aclamaba
a su paso: “Bienvenido, rey Alejandro! Aquí entre nosotros
jamás hubo ni soldados ni caudillos tiránicos, nuestra ciudad no conoce soberanos, ni gente de armas.
Mas ya que hasta nosotros viniste de tierras lejanas, con nosotros que somos felices, sé feliz también, oh rey Alejandro!”
Diluyóse la fatiga del rey, disolvióse su pena.
“Y que maravilla hay por aquí, que yo corra a divertir nuestro ánimo?”
“Invicto señor – le responden – , soberano de alados designios,
hay por estos lugares um portento cual nunca se viera en el mundo,
que no lo alcanza la pompa de los reyes ni el desdén del mendigo lo ignora.
Tal portento es un árbol, un árbol del Destino,
que surge del cruce de dos troncos.
Muchas ramas tiene, y espeso follaje lo cubre de flores y aromas,
con colores suaves y un aspecto muy dulce y muy grato.
Pero no es ésa su magia. Su magia es que conoce la palabra.
Cuando desciende la noche y se adensan oscuras las sombras,
habla el tronco que es hembra, y al alba de casta blancura,
habla el tronco que es macho, con voz más que el aurora clara.”
Y el rey, que ya em Grecia conoció la fascinación de lo raro,
corre raudo hasta las frondas, curioso del nuevo portento.
Antes, con todo, preguntó a los felices: “Y más allá del árbol
sagrado, qué más hay mágico que aún me reclame y aguarde?”
“Oh, señor, más allá de ese árbol no hay nada.
No hay lugar a que vuelvas tu paso ni adonde dirigir la mirada.
Incluso tu empeño, monarca de fogosos designios,
más allá de ese árbol no tiene sentido.”
Así dijeron. Él avanzó hacia el árbol extraño. Sobre el terreno
vio pieles humeantes que sobre la tierra ardiente se agitaban.
Sólo de carne ferina se nutre quien adora esse árbol antiguo.
Más tarde, avanzando el día, sonaron las frondas parlantes del macho,
y uma voz oscura se infiltró en oído turbado del rey.
“Qué dice, dime, la planta?” – preguntó a su fiel guía.
“Qué habla, que la sangre toda me arremolina sobre mi corazón?”
“Oh,, por qué vas surcando – repuso – los perdidos horizontes del mundo?
Oh, por qué la amplia tierra recorres dando espaldas a la suerte,
que en tu patría te habría sido tan bella? Dos veces siete
son los años que a ti, temerario, te há sido concedido reinar.
El día fatídico se acerca, y cualquier cosa amada,
todo lo que te fue querido, se desgaja de ti y tu trono quedará huérfano de gloria.”
Lágrimas rojas llora el rey Alejandro oyendo esa voz.
Se apiada de él su buén guía. Triste guarda en su alma
el secreto feroz y aguarda la noche, piadoso hacia el ansia real.
Vino la noche y hablaron suaves las hojas com voz de mujer sometida:
“Oh, por qué la amplia tierra entristeces con cruel son de armas?
Por qué te torturas recorriendo los vastos senderos del mundo,
y a otros acarrea daños y ofensas, anhelando continuos prodigios?
Ya no largo tiempo este mundo sufrido será tu morada,
y bueno será que te aprestes aprisa a partirte de él,
antes que de la luz del día se apague el amor en tus ojos.”
… “Oh, guía mio, cortés y avezado,
pregúntale pronto: “Volveré a ver
Grecia, veré aún a mi madre?”
“Recibe tu mensaje y regresa” – respondió la voz de la fronda
femenina y nocturna. “Tu no verás de nuevo ni a tu madre ni otros rostros queridos,
tu no verás de nuevo las muchachas de Grecia de púdica alegría.
Vendrá la muerte y tendrá un rostro extranjero.
Ya está caducando tu reino.”
Cual traspasado de espada se vuelve Alejandro hacia el valle.
Y ve a la gente que a rendirle honores se amontona. “
Firdusi. Libro de los reyes.
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