Una mujer ha levantado su indecisa mano, todo sufrimiento ha sido un sacrificio estéril,
pronto vendrá el ciervo, pronto el terciopelo verde del invierno cubrirá las lápidas,
nadie sino el cielo podrá recordar cada una de estas piedras por sus nombres,
quién a Coleman y a Curtis, quién a Clara y quién a Jakob,
quién a Trelawny que duerme a dos pasos de la tempestad de Shakespeare,
quién a Severn anciano entre los cinco dedos blancos de su pincel de mármol.
(...)
entornaré los ojos y lloraré ante ti con el lenguaje de las abejas,
la música de Renato Pace que murió en Mathausen y era abril del cuarenta y cinco,
cerraré los ojos y lloraré ante ti con el rocío que deja la mañana en los alambres de púa,
Fabrizi Ceruso caído en Tívoli a los diecinueve víctima de la violencia de estado,
levantaré los ojos y lloraré ante ti como el meteoro del granizo sobre los tejados de cinc,
y ése será el rumor de lo que existe debajo de lo que ya no existe,
el cabizbajo con su perro, la alianza de los tristes con los desesperados,
la oxidación de las fechas y la improbable memoria de los números.
Juan Carlos Mestre
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