sábado, 17 de enero de 2009

Afinidad


(Entre Dante y Empédocles)


No te inclines delante de mí:
no soy más que una sombra, tú no eres
nada más que una sombra
que tiene ante sus ojos a otra sombra.
Y sin embargo tanto
es el amor que sientes
que puedes abrazar
este, mi cuerpo de humo
como si fuese sólido,
olvidándolo todo.
No te inclines, amor
porque yo he sido
ya muchacha y muchacho
he sido el árbol duro
el pájaro y el niño
que pescaba en el agua enturbiada de sangre
pequeños peces mudos.
También he sido el pez
y aquel brillante potro que nadie habría domado
he sido cada forma
del racimo de seres
en la esfera del mundo.
Y has sido tú
tú, sombra,

otra vez,
cada vez,
cuerpo de éter y nube
en cada vuelta,
el freno y los motores que empujan estas ruedas,
la perdición que encubre gozar de la fortuna,
la razón de la farsa,
la intención y la pura
inocencia dormida.
No te inclines
no olvides
lo licuado en los círculos
cuando la piedra cae
y todo se ilumina.
Sé la fuente,
sumérgete del todo y
hunde mis pies primero:
ahógame y olvídame.
Y olvídate, eres sombra
sólo la aurora
está obligada a regresar
a contemplar su rostro verdadero
en el espejo nítido del agua de los ríos.

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